I. El palimpsesto
«Alguien debió
de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido
una mañana.» Estas primeras líneas de El
proceso son responsables de que la mayoría de los lectores consideren
inocente a Josef K., quien probablemente fue víctima de una calumnia, aunque la
expresión Alguien debió de haber
calumniado a Josef K no es categórica y queda la duda, la primera de muchas
que Kafka irá sembrando en la novela, sin que sea un problema de estilo, sino
una necesidad narrativa porque El proceso
es la reescritura furtiva de una de las obras más célebres en la historia de la
literatura ─Crimen y castigo─, con el
fin de narrar y ocultar al mismo tiempo una historia íntima y secreta que da
sentido al universo estético de Kafka, del que la novela de Dostoievski es el
código y la llave.
Eso
sólo lo podía hacer un escritor tan astuto como Kafka, quien, además, amaba el
secretismo como pocos. “Yo, Ottla –escribió a su hermana menor–, no escribo
como hablo, ni hablo como pienso, ni pienso como debería pensar, y así de largo
hasta la más profunda oscuridad” (Praga, 10-VII-1914). La carta, escrita un mes
antes de iniciar la escritura de El proceso,
tiene un post scriptum que la complementa bien, en el que le pide a
Ottla que no se la enseñe a nadie, ni la deje a la vista, que sería mejor que
la rompiera en pedazos y que después los repartiera entre las gallinas del
patio porque él no tiene secretos con las gallinas. Probablemente era con las
únicas que no tenía secretos.
No
se puede creer sin más lo que dice el esquivo narrador de El proceso ─ni
las palabras de los personajes, especialmente las de Josef K. ─, obligado a engañar al lector para
no ser pillado en flagrancia, pues, como decía Kafka ─él sabía mejor que nadie de qué
hablaba─, la clave de un enigma es que permanezca siendo un misterio. No es
de extrañar entonces que en esta novela, en la que todo es un acertijo, los
lectores permanezcan a oscuras todo el tiempo.
Para
no ir muy lejos, el personaje de la anciana que aparece en el primer párrafo de
la novela no parece importante porque nada se dice de ella, pero su extraño y
desmedido interés en la detención de K. obliga a preguntarse qué papel juega en
la historia. Sin duda, un papel importante, pues no se entendería que un
escritor cinematográfico como Kafka desperdiciara la primera escena con un
personaje innecesario o superfluo. Además, hacia el final de la novela, cuando
Josef K. entra en la catedral y recorre las dos naves laterales, nuevamente ve
a la anciana que, envuelta en un manto, de rodillas contempla una imagen de
María. La presencia de la anciana en la catedral hace aun más enigmático este
personaje, quien nunca revela su secreto, por más que se lea y relea El proceso.
En cambio, la escena del
plano-contraplano de la anciana y K., en la que se observan mutuamente, acompañada
por el sonido de la campanilla en clave de Crimen
y castigo, de inmediato evoca la escena del plano-contraplano de
Raskolnikov y la anciana cuando, tras tirar del cordón de la campanilla del
apartamento, esta lo observa por la pequeña abertura de la puerta entreabierta,
con manifiesta desconfianza. De modo que la escena inicial de El proceso, leída en clave, es una
alegoría, la primera de muchas, que trae a la mente el crimen de Raskolnikov.
Mediante un corte, Kafka pasa de la
primera escena al capítulo (3,II) en el que Raskolnikov, después de cometer el
crimen, cae enfermo y, tras varios días entre el delirio y la inconsciencia,
despierta muy asustado al ver un desconocido en su buhardilla que lo mira con
curiosidad. Raskolnikov piensa que está detenido, que todos en la casa ya saben
que él es el asesino, y esa incertidumbre Dostoievski la alimenta con
situaciones y diálogos equívocos a lo largo del capítulo que aumentan el
nerviosismo y la incertidumbre del estudiante.
Kafka recrea con literalidad una a
una las situaciones que vive Raskolnikov al despertar, como si Josef K.
estuviera viviendo o soñando las mismas escenas de Crimen y castigo. La diferencia está en que los lectores de
Dostoievski conocen todos los pormenores previos al despertar de Raskolnikov, narrados
en la primera parte de la novela, y comprenden sus temores al no saber si
quienes lo rodean se están burlando de él fingiendo que nada saben de su
crimen, para después saltarle al cuello y gritarle ¡asesino! Por el contrario,
los lectores de Kafka no saben nada, y lo que en Crimen y castigo es tragicómico, en El proceso es simplemente absurdo. No se sabe quién es Josef K. ni
de dónde salieron los guardianes, y cuando K. trata de meterse en la mente de
ellos, de saber qué están pensando, los guardianes no saben nada, ni siquiera
si hay un proceso contra él, ni de qué lo acusan ni quiénes son las autoridades
que ellos representan. En esa ignorancia permanecerán los lectores de El proceso hasta después de leer por
completo la novela. Parece una broma.
Al escribir los primeros capítulos
de su novela con base en los primeros capítulos de la segunda parte de Crimen
y castigo, Kafka nos introduce en la trama después de aquello
—después del crimen—, enfrentándonos a una serie de personajes y situaciones
que no comprendemos en absoluto al no tener noticia alguna del crimen de
Raskolnikov, entrando de inmediato en los terrenos del misterio y del absurdo.
Imaginemos por un momento que Dostoievski hiciera lo mismo; que iniciara la
novela con la segunda parte, que no mencionara el crimen de Raskolnikov en el
resto de la obra, que no supiéramos nada del asesinato de las dos mujeres, pero
en cambio aparecieran todas las escenas —lavadas de crimen— con sus personajes,
lugares y situaciones. En este caso tendríamos un Crimen y castigo muy distinto al que conocemos —sin crimen—, un proceso
enigmático, surrealista y sin sentido como el que nos legó Kafka.
En la primera escena del capítulo,
sin la clave de Crimen y castigo, el
personaje de la anciana sería un enigma sin solución, como sería imposible
asociar a esta escena el crimen de Raskolnikov. Se sabe que la asociación es
legítima porque luego se repiten una a una las mismas situaciones en las dos
novelas: el hombre extrañamente vestido que entra a la habitación de K.; el
desayuno de K. que se comen los agentes; la ropa que le quieren robar y el
hecho de que lo obliguen a vestirse de etiqueta; la patrona que mira a
hurtadillas al inquilino, como si se sintiera culpable de algo; el vaso de
licor que toma para infundirse valor; el que K. piense que probablemente todo
ese asunto de la detención no es más que una broma que le quieren jugar los
compañeros de trabajo el día de su cumpleaños, todas estas situaciones están
presentes en el tercer capítulo de la segunda parte de Crimen y castigo, de tal forma que se pueden identificar con las
correspondientes escenas de El proceso.
La
segunda parte del capítulo primero ─el interrogatorio─
sale del interrogatorio que Porfirio, el juez de instrucción encargado del
asesinato de la vieja usurera, le hace a Raskolnikov en su oficina en el
capítulo (5,IV). Kafka ensambla las dos partes ─detención e interrogatorio─
haciendo pasar a Josef K. al cuarto de la señorita Bürstner ante la presencia
del inspector, tras una larga espera, como fue la espera de Raskolnikov antes
de pasar a la oficina de Porfirio para ser interrogado. Allí, Porfirio tortura
al estudiante y le da a entender que él sabe quién es el asesino, pero no le
importa que ande libre porque él es su víctima y no se le va a escapar:
¿Por qué
he de inquietarme por el hecho de que este hombre se pasee por la ciudad y sea
libre? Puedo dejarle que se pasee por el momento; !ya sé que él es mi víctima y
que no se me escapará!” […] “¿Ha visto usted alguna vez una mariposa delante de
una vela? Pues bien, él dará sin cesar vueltas en derredor mío, como una
mariposa en torno a la llama; la libertad le resultará odiosa, estará cada vez
más inquieto, cada vez más trastornado, se enredará, enloquecerá hasta morir...
Aún más: él mismo me suministrará una de esas pruebas tan definitivas como
"dos y dos son cuatro", siempre que le conceda un entreacto bastante
prolongado... Y siempre dará a mi alrededor vueltas, describiendo círculos cada
vez más pequeños, y al fin... ¡paf!, se meterá él mismo en la boca, y me lo
tragaré. ¡Es muy divertido! ¿No lo cree usted así?”
(5,IV,pag.408-09)
El
inspector le dice a K. que sabe que él es culpable, no con palabras como hizo
Porfirio con Raskolnikov, sino mediante una alegoría; para eso son los objetos
que tiene sobre la mesa: la vela, la caja de cerillas, el libro y los
alfileres, cuyo significado Josef K. conoce bien: tiene que confesar. Su crimen es una vieja historia de todos
conocida y narrada con lujo de detalles en el libro que tiene sobre la mesa el
inspector. Pero como K. decide hacerse el de las nuevas, el inspector lo
amenaza con encender la vela. Primero desplazó con ambas manos los objetos que
había en la mesita de noche; luego puso la vela en el centro de la mesita,
después comprobó cuántas cerillas había en la cajita de las cerillas y,
finalmente, el inspector golpeó con la cajita de cerillas en la mesa. La
amenaza es clara: sigue con tu insolencia y encenderé la vela para que des
vueltas en rededor de la llama describiendo círculos cada vez más pequeños, y
al fin... ¡paf!, te atraparé y clavaré como a una mariposa. Esta alegoría de la
mariposa y la llama da la clave del curso del proceso, de cómo K. se acerca más y más a la llama,
capítulo tras capítulo, hasta la última instancia “cuando irrumpe un resplandor
inextinguible a través de la puerta de la Ley. Ahora ya no va a vivir mucho
más.”
El
proceso es un palimpsesto de Crimen y castigo en el que todos y cada uno de los
capítulos de la novela de Kafka están construidos con base en uno o más
capítulos de la novela de Dostoievski, los cuales dan la trama y la estructura
de El proceso. Esa es la razón por la cual los críticos siempre pensaron que la
novela adolecía de una trama deficiente y fracasaron en su búsqueda de la
estructura de la novela. Pero, contrario a lo que piensan los expertos ─que El
proceso es una novela inacabada o que no es siquiera una novela por el estado
fragmentario en el que Kafka la dejó─, El proceso es una obra hecha sobre planos, una máquina literaria
de numerosas piezas ensambladas con precisión en la que todo
está calculado de principio a fin, incluso el reto de encontrar el orden de los
capítulos, un enigma que hace parte de la obra que el autor reservó a sus
futuros lectores, dejando en entredicho el mito según el cual la quería
destruir.
*
II.
El enigma
Kafka escribió “El proceso” entre agosto de 1914 y
enero de 1915, cuyo manuscrito entregó en junio de 1920 a su amigo y albacea
literario Max Brod, quien lo
publicó en abril de 1925 con la Editorial Schmiede de
Berlín, diez meses
después de la muerte del escritor, iniciándose así una accidentada aventura
editorial digna del mejor thriller cinematográfico. En
el postfacio a esta edición, escribe
Brod que
cuando llegó a su casa con el “paquete” de inmediato lo ordenó. La verdad es
que Brod no estaba en capacidad de hacer lo que dijo, y no es difícil imaginar
que Brod, al no poder ordenar el manuscrito, le preguntó a Kafka por el orden
de los capítulos. Pero ese era un secreto que Kafka no pensaba revelar y
probablemente le dijo, como cuenta Brod, que la obra estaba sin terminar porque
faltaban fases para la instancia suprema del proceso de K., de modo que no insistiera
en el tema de la estructura, y pensara como aquellos que dicen que la novela es
un proyecto inconcluso que el mismo Kafka no sabía cómo iba a terminar.
«Mi
trabajo con el grueso legajo que constituía esta novela ─ dice Brod─, se limitó
a separar los capítulos completos de los incompletos, los cuales no contienen
nada esencial para el desarrollo de la acción». Concedámosle el beneficio de la
duda de que es sincero cuando habla de capítulos “incompletos”, al fin y al
cabo son los capítulos más cortos y crípticos de la novela, pero en cambio hay
que decir que no fue esa la razón para no publicarlos en la primera edición,
como dijo, sino que utilizó esta estrategia porque no tenía idea en dónde iban
esos capítulos y nadie hubiera publicado El proceso de haberse sabido que los
capítulos “incompletos” en realidad estaban terminados, como se puede
demostrar, pero se desconocía su lugar en la novela.
Brod,
para justificar la primera edición de 1925, en la que solo aparecieron los once
capítulos que consideraba acabados de los diecisiete que tiene el manuscrito,
dice que «los capítulos acabados, con el capítulo final que cierra la obra,
dejan traslucir con claridad meridiana tanto el sentido como la estructura de
la obra, y quien no tenga noticias de que el autor pensaba seguir trabajando en
la obra, apenas notará sus lagunas». Estas afirmaciones, le ganaron a Brod fama
de mentiroso porque tanto el sentido como la estructura de la novela
permanecieron en el más absoluto misterio durante casi un siglo.
En 1935, salió la segunda edición de El proceso con
los capítulos “incompletos” agrupados en un apéndice, los cuales los expertos
trataron de ubicar en el cuerpo central de la obra, pues así estén inconclusos, como se dice, es
preferible que ocupen el lugar correspondiente y no que estén arrumados en un
apéndice. El primer intento de ordenar “El proceso” provino
de Herman Uyttersprot, quien, en 1953, propuso una revisión de la estructura de la novela. Según Uyttersprot,
mediante un análisis de
contenido era posible fijar temporalmente los capítulos e
incidentes de forma suficiente, como para determinar su orden de sucesión. Pero
nadie aceptó “la cronología completa y suficiente” desarrollada por él,
empezando por Brod que encontró demasiado problemática la excesiva cantidad de
conexiones. Después,
otros académicos como Hans Elema (1977) y Christian Eschweiler (1988)
propusieron sendas estructuras, que tampoco gozaron de la aceptación general de
los académicos. Entre otras razones, se decía que mientras no se conocieran los
manuscritos, cualquier intento que se hiciera no era más que mera especulación,
pero los manuscritos eran inasequibles porque Brod los conservaba bajo llave
sin permitirle a nadie que los mirara.
Tras la muerte de Brod (1968), su
secretaria Esther Hoffe heredó los
manuscritos. En 1987, la señora Hoffe los consignó en Sotheby’s para rematarlos en subasta
pública. Los manuscritos
de “El proceso” fueron adquiridos
por al Archivo de Literatura Alemana en March, donde reposan actualmente. Pero los manuscritos de poco
sirvieron al grupo internacional de estudiosos que con financiación del
gobierno alemán preparaba desde 1978 la edición crítica de las obras completas
de Franz Kafka, porque los capítulos no sólo estaban en sobres sin numerar,
sino que tres de los sobres contenían sendos legajos con varios capítulos
escritos secuencialmente en un orden en apariencia arbitrario, que hacía de la
estructura de la novela un verdadero enigma.
En 1990,
apareció “El proceso” como tercero y
último tomo de las novelas de la Edición Crítica Alemana de las obras completas
de Kafka, que terminó siendo una versión desmejorada de la edición de 1935. Sin
embargo, la llaman “edición
definitiva”, cuando la mayor contribución de esta edición alemana al (des)
orden de “El proceso” fue haber
aumentado el apéndice de cinco a seis capítulo. A principios de 1995, la Editorial Stroenfeld
decidió cortar por lo sano con una edición facsimilar de los manuscritos, en sobres aparte como los originales, para
que fuera el lector el que finalmente ordenara los capítulos como a bien tuviera. En el mismo año, Schocken Books volvió a publicar la
edición de Brod de 1935, llamándola también “definitiva”, en un claro mensaje
que decía “dejen la novela como estaba, que no se puede mejorar”.
Los
innumerables intentos, todos fallidos, por ubicar el apéndice en el cuerpo
central de la obra, hizo que la hipótesis según la cual estos capítulos están
sin terminar o son innecesarios cobrara fuerza y terminara por imponerse en los círculos académicos, como
en Oxford, donde se dice que,
La secuencia de
los capítulos no se puede establecer de manera definitiva, y el estado de los
fragmentos sigue sin estar claro. Como Kafka nunca los descartó finalmente, en
contraste con algunos pasajes cortos que escribió en su manuscrito, forman una
especie de penumbra, que ofrece información adicional que los lectores podemos
usar como nos plazca. (Oxford University Press, 2009)
En el año 2002, el
profesor alemán Reiner Stach sentenció para satisfacción de los expertos, que
así veían restablecido su prestigio, que
el orden de los capítulos de El proceso era un problema sin solución:
Brod
no podía responder a la cuestión de cómo habría el autor dispuesto y ensamblado
finalmente las piezas [capítulos], y a pesar de los avances de la filología en
materia de edición, hasta hoy nadie ha logrado dar una solución completa y
satisfactoria. El problema es, con este manuscrito, insoluble. Así que no nos
queda más remedio que esperar que un día, en algún olvidado desván de Praga, se
descubra un índice confeccionado por el propio Kafka.
Por primera vez, los kafkólogos
estaban de acuerdo para no tener que pensar más en esa pesadilla.
III.
La solución
Por mi parte,
nunca creí que el problema del orden de los capítulos de El proceso fuese
insoluble, sino que, por el contrario, el enigma debía tener ─y tiene─ solución
y una motivación que lo justifique. Pero para descifrar el enigma era necesario
primero descubrir que El proceso es un palimpsesto de Crimen y castigo porque
la solución no está en los capítulos de
la novela ─la capa visible─, sino en la
capa oculta, que es la que sostiene y da sentido a la historia. El problema exigía una especie de rayos X porque,
contrario al tradicional análisis de contenido, las radiografías desvelan la
estructura interna de la novela, sus piezas, y permiten dar al problema del
orden de los capítulos «una solución completa y satisfactoria» como por arte de magia.
El
proceso consta de 17
capítulos, de los cuales solo 10 se pueden ordenar secuencialmente, sin que
haya la más mínima posibilidad de ubicar los 7 restantes en el cuerpo central
de la novela con los métodos tradicionales. Pero utilizando las “radiografías”
de los capítulos de El proceso y
siguiendo la estructura de Crimen y
castigo, los capítulos encajan como fichas de un rompecabezas.
En
la Tabla I, los únicos capítulos con piezas de la primera parte son los dos
últimos, que salen de los dos últimos capítulos de Crimen y castigo [(7,VI), (8,VI)]. Por tanto, “Un sueño” los
antecede.
En
conclusión, El proceso consta de 17
capítulos divididos en 5 grupos, de los cuales los impares (1,3,5) se ordenan
secuencialmente con facilidad, y los pares (2,4) solo se pueden ordenar
siguiendo la estructura de Crimen y
castigo, un hecho que explica por qué los intentos por ordenar los
capítulos de El proceso a lo largo de
8 décadas fracasaron.
IV.
La historia secreta
Vista con el
poderoso lente del análisis retrospectivo, la solución al enigma de la
estructura era una prueba que era necesario superar para encontrar en su camino
la llave que permite entrar a las habitaciones privadas de la novela donde
encontramos, más que una obra sobre la
burocracia, una novela sobre la culpa, una comedia de equivocaciones y
un relato autobiográfico indiscreto y perverso. Eso significa que El proceso
tiene estructura de cebolla, con tres textos o capas superpuestas, cada una
con una historia diferente, pero inseparables. La primera capa es el texto base
─Crimen y castigo─, que se refleja en las
capas de la realidad y la creación
literaria; la segunda es el elemento biográfico —real— de la historia, que hace
de puente entre la ficción y la realidad; y el entretejido de estas dos —la
obra misma— es la tercera capa, la única visible a los ojos del lector, y que
oculta las dos primeras.
Esta
construcción de tres niveles o capas, le dio a Kafka posibilidades narrativas
nunca antes vistas al multiplicar como un eco los niveles interpretativos a que dan lugar las relaciones
entre los personajes de las diferentes capas. Esto hace de la lectura El
proceso un ejercicio tan complejo como interesante y explica el delirio de
interpretación que suscita la novela, en la que la trama tradicional desaparece
por una trama múltiple, según se intercepten e interactúen las diferentes
capas, sin contar con el humor de Kafka que pasa de un nivel a otro a
conveniencia, sin que el desconcertado lector, ignorante de estas maniobras, se
entere de en qué nivel se encuentra, si en la ficción, en la realidad o en la
novela…
Quizás
el aspecto más sorprendente e interesante de la obra de Kafka sea su relación
con la vida del escritor. Kafka utilizó el texto de Dostoievski para narrar de
manera críptica sus relaciones con Felice Bauer, particularmente las relativas
a su compromiso matrimonial, cuya ruptura es el tema principal de la novela. Pero para desentrañar
esta historia es necesario saber cómo está hecha, es decir, descubrir el
palimpsesto, hacer el inventario de las escenas que Kafka tomó de Crimen y
castigo y ver cómo las ensambló, para establecer la correspondencia entre
los textos. Así se obtienen, sin dificultad alguna, las equivalencias entre los
personajes de Kafka y Dostoievski, pues al representar los personajes de Kafka
las escenas de los personajes de Dostoievski su identidad dostoievskiana queda ipso
facto asignada. Así logró Kafka, al dotar a sus personajes de una
personalidad dostoievskiana, que la narración fluyera en dos historias
paralelas, una de ellas secreta, que viven los personajes de Dostoievski,
algunos de los cuales tienen además una contraparte real, los de la pensión
Grubach, que Kafka utilizó para narrar —y ocultar— su aventura con Felice y su
amiga Grete. De ahí que El proceso tenga dos niveles de lectura: uno
público, al que se accede leyendo el libro —como cualquier libro—; y otro
nivel, privado y secreto, que requiere clave de acceso.
El
protagonista de El proceso ─Josef
K. ─ es al mismo tiempo Franz Kafka en
la vida real ─autor
de la novela─,
y los personajes de ficción Raskolnikov, Svidrigailov y Lujine, los villanos de
Crimen y castigo. Esta multiplicidad de personajes de K. en la novela, van
apareciendo en las distintas escenas, según el personaje de Crimen y castigo
que encarne en ellas. De otro lado, Fräulein Bürstner ─F.B.─ es Felice Bauer en la vida real ─la novia de Kafka─, pero también es la
prostituta Sonia ─novia de Raskolnikov─.
Frau Grubach, la casera de K., es Praskovia Pavlovna, la casera de Raskolnikov,
y también Felice, como Kafka la imaginaba casada. La anciana vecina de Josef
K., que observa con curiosidad inusitada la detención de K. es Alena, la
anciana usurera víctima de Raskolnikov, pero también es doble de Fräulein
Bürstner y, por tanto, de Felice Bauer, la víctima de Kafka. De todos los
personajes el que más desdoblamientos tiene es Porfirio el juez de instrucción,
que hace de inspector, juez, abogado, comerciante, sacerdote y pintor.
El
proceso es una obra alegórica por naturaleza, imposible de entender sin el
palimpsesto porque es en Crimen y castigo donde están las claves para identificar
los personajes e interpretar los símbolos que permiten seguir las tramas de la
obra. Probablemente sea esta la razón principal que lleva a pensar a los
lectores que la novela quedó sin terminar, que quedaron faltando instancias del
proceso, como le dijo Kafka a Brod. En realidad, el proceso de K. llega a su
fin en el capítulo “En la catedral” con la parábola “Ante la Ley”, pero es
necesario conocer la alegoría de “la mariposa y la llama” para comprender la
sentencia final.
Al
leer El proceso en clave de Crimen y castigo, queda claro que Kafka
no era un improvisador, un escritor de arrebato, sino un consumado maestro
artesano que tenía en su taller de escritor herramientas muy sofisticadas,
desconocidas por los maestros de la novela del siglo XIX, como la perspectiva
múltiple del cubismo, los mecanismos del sueño y el montaje cinematográfico.
Kafka fue quizás el primer escritor que comprendió el reto y las posibilidades
que el cine significaba para la literatura, incluso se puede decir que Kafka
conoció el montaje primero que los cineastas, si se tiene en cuenta que su obra
es una “edición” de la novela de Dostoievski, y la superposición de planos de El proceso es anterior a la de El nacimiento de una nación. Pero la
obra de Kafka permaneció inédita durante diez años y no tuvo a lo largo del
siglo un exégeta que la descifrara, permaneciendo en la oscuridad, sin que la
revolución que estaba llamada a provocar estallara.
Guillermo Sánchez Trujillo